Sin
ecos
CAPITULO
II
DE UN VIAJE Y UN ENCUENTRO
Antoinette, avanzó furiosa, con la mano en el aire lista
para castigar a su torpe y descuidada hija. Cuando por fin cruzó aquel largo
pasillo, que se le hacía eterno, descubrió entre los faldones de Amelia un
sobre amarillento que no había visto en la mañana cuando llegaron los
mensajeros de Paris.
Amelia se mantuvo tensa, casi como un gato con la espalda
arqueada, no escuchaba más que la respiración de su madre y un poco de viento
que golpeaba en las ventanas superiores.
- – Es una carta de tu padre – de pronto el silencio
se rompió - parece que no la vi
antes, creo que por una buena razón.
-
– ¿Qué es
lo que dice? – preguntó temblorosa Amelia – Si son malas noticias, es mejor oírlas
de una vez.
Se fingía valiente aunque por dentro se daba cuenta que ese
miedo y esa amenaza que no sabía de dónde venían, ahora estaban ante ella muy
reales y más fuertes de lo que ella misma creía que podía soportar.
Pronto la duda se terminó, Louise, impetuosa como siempre,
tomó la carta de las manos de su señora y leyó con voz alta y clara:
“Mi amada Antoinette,Lamento no poder comunicarte noticias mejores, la situación está peor que nunca, los regimientos están volviendo a palacio, para proteger a la familia real y a la corte.Entenderás que temo por la seguridad de nuestra pequeña Amelia, es nuestra única hija y muy a pesar de su condición es nuestro tesoro más grande, te pido por eso que la envíes bajo mi protección a la corte, donde estará al servicio de una dama muy querida y que la tendrá a buen resguardo, me ha prometido no solo la protección de Amelia, también un acuerdo matrimonial muy beneficioso, en Austria, donde podremos empezar una vida nueva y más acomodada.Espero la llegada de nuestra hija en los próximos dos días, mis recuerdos para ti como siempre”
Nuevamente silencio, Amelia tenía una lágrima atrapada entre
sus largas pestañas y un suspiro en sus labios. ¿Viajar? ¿Ir a Paris? ¿Casarse?
Sus preguntas se quedaron suspendidas en
el aire, perdidas en la nada, nunca se dijeron y nunca fueron respondidas.
Se levantó lentamente, tanteando en la oscuridad encontró la
pared que conducía a las escaleras, mientras subía, escuchó detrás de sí, la
conversación entre su madre y Louise, palabras, solamente palabras, pensaba.
Al día siguiente Amelia se levanto con mejor ánimo, después de
todo hoy se pondría en marcha para encontrarse con su amado padre, aún no le
gustaba la idea de abandonar así a su madre, dejar su hogar, cuando lo pensaba
solo podía suspirar, tendría que obedecer y ponerse en marcha y la mejor forma de empezar este viaje era tratando de recordar
la imagen que guardaba en la memoria de su alto y gentil padre.
Afuera esperaba una
humilde carroza, con sólo dos caballos, Amelia sonrió al escuchar las pisadas de los
caballos, se preguntaba cómo serían, hace tiempo había soñado copn unos caballos blancos que jalaban las elegantes carrozas de la reina y sus damas, adorandos con plumas y hasta joyas, se preguntaba si estos que la esperaban serían parecidos en algo a aquellos de sus sueños.
De golpe tuvo que dejar sus cavilaciones de lado pues Louise y
su madre hacían un alboroto en su habitación.
Estaban sacando ropa y zapatos, listones, telas, sombreros y
guantes, todo esto era apabullante,
dejaban de lado algunas cosas, mientras guardaban el resto en un hermoso
baúl.
- – Todo esto es muy viejo – comentó molesta su madre
– pero tendrá que servir hasta que llegues.
De un tirón Amelia fue levantada de su cama, vestida y
peinada, como una muñeca sin cuerda, de pronto se vio en la entrada de su casa,
en brazos de su madre, que parecía más apurada que triste, la despidió con
muchas bendiciones, puso a su lado a su fiel Louise y las mando en manos de
dios al encuentro de su nueva vida en París.
El camino de tierra había quedado atrás hace un buen rato,
Amelia pensaba que esa polvareda era interminable, ahora estaba peor, piedras,
ruidosas y molestas se unían al polvo, apenas podía escuchar las largas y
desesperantes descripciones de Louise que parecía un pajarito, miraba por las
ventanillas y le contaba todo.
Que si los pajarillos eran más grandes, que si el camino
tenía varias curvas, que si venían regimientos al frente.
- –
¿Regimientos? – preguntó alarmada Amelia, ¿están
muy cerca?
Ya no pudo decir más, el carro fue parado de golpe y se
escuchaban gritos, su cochero estaba discutiendo con alguien afuera, Amelia
sostuvo fuerte el brazo de Louise. La puerta de la carroza se abrió de un tirón.
- –
¡Bajen! – una voz firme les ordenó. La más aterradora que Amelia había escuchado en su vida.
Louise y Amelia descendieron de la carroza, angustiadas y
sin saber porque se les había ordenado parar.